17.7.08

Romance(sentimiento que reduce la sombra, a una simple danza, azarosa y colosal)


La deshora de lo que esperaba nacer
Testimonios que agravan la verdad. La fantasía en colores, sin más que la reminiscencia recrudeciendo y deshidratando todos los ríos del mundo. Nos colmamos de palabras hermosas, perspicaces, emotivas; la fuente seguía brindando agua dulce. No advertíamos que estábamos cerca, ni siquiera que alguna energía nos atravesaba sin tregua.
Faltaba concretar el anhelo de un romance que esperaba nacer, que se sentía vacuo, que había traspasado las latitudes en busca de nosotros; y comenzamos a cantar la cadencia, que resonaba como un preludio del gran final que se acercaba.
Contemplábamos todas las luces, las flores, el verdor de la montaña, el cúmulo de aquel óleo que recorrimos a partir del primer acercamiento; y, sin embargo, no acudíamos al llamado del otro, sintiendo la impotencia de ser uno, pero en lugares distintos.
Oía su voz, a pesar de encontrarme, en ocasiones, remoto; y a menudo la amaba, la hacia parte de mi vacilación, de mi afluencia subliminal, cretina, a veces implacable.
Y, fue cuando entonces, emergieron las primeras urgencias de viajar a través de su lecho, de su imaginario asombroso, de su ternura fatua.
Tiempo atrás, era una quimera el hecho de sentirme plenamente abrazado a alguien; nunca había recorrido una campiña semejante.
Los crepúsculos se adornaban con las cosas que le contaba acerca de ella; se embellecían, como lo hace la naturaleza al caer la sazón en primavera. ¡Que expresiva se mostraba en abril, cuanta imaginación renacía de su postura endeble y tierna!.
Yo brillaba, me abstraía, solía remontarme en vuelo hacia su vitrina, y me dejaba caer en sus brazos eternos.
Eras la sombra más indescriptible, me llenabas de todo, de vacío que llenaba mi desgarrado corazón, de magia.
Y nos toco vivir el ocaso; de pronto tuvimos que echarnos hacia atrás como dos cobardes, no supimos o fue el miedo, tal vez los temores al infierno pretérito, o la solemnidad, o la mentira que no terminaba de cerrar.
Nos dolió profundo tener que tomar distancia; nos extrañamos como los arboles lo hacen con la lluvia, pero estabamos vivos y eso era lo que importaba.
Emprendimos un letargo breve; solo faltaba el reencuentro.


Cuando la irónica distancia dispara a matar
Se veía venir, como si ya lo esperásemos; de pronto la sacudida, un embate destructor. La inspiración desgarrada por lo insuperable, llaves dando vueltas; los lugares deshabitados. Ya no era fácil ver pasar a la gente.
Había ahorrado unas divisas, no era mucho pero servia para sustentar mis sueños más inmediatos; casi con vehemencia, sentí un vacío que nada podía curar.
Claroscuro de mi sombra; de pronto, nadie a quien tomar de la mano.
Y erré por el mundo; no tenía más esperanza que mi propia tristeza otoñal devenida en sequía. Me exalté en innumerables ocasiones, construí mi montaña en las fauces del centro del universo. Entonces surgió la transformación, el crepúsculo perfecto; exfoliación de la nostalgia, manto de increíble sonoridad en mi vientre. La noche me acobijaba entre callejones desiertos... solo buscaba un mantra que detuviera mi marcha.
Cálido amanecer; la histeria se internó en lo profundo de los humos que obnubilaban el camino. Rondas de infelices procurando llegar al cielo - ¿por qué los hombres aman a Dios?- y buscando la certeza en lo absoluto.
Me desperté bebiéndome el alba, me sentí sorprendido por la moneda cayendo al revés; era un motivo más para salir a buscar auxilio en la tormenta.
Pero siempre recurría al pasado, no por revivirlo, sino por masacrarlo; Rejuvenecí unos siglos, pero faltaba volver a ahogarme en el vino de la mistificación.
Estallé en centenares de sombras, todo mi ser se expandió al universo; nos acompañaba el ánima desolada, como remansos sin fiebre... la carretera estaba oscura.
Llagas en los pies; habíamos caminado demasiado.
La distancia nos había abandonado. Era duro transitar la vida así, entonces decidimos descansar.
Al atardecer sonó una voz extraña; me susurró pequeñas fábulas. Alguna sonaban dulces, otras me aterraban.
¿Qué buscas, solo, en medio de tanta gente anónima?- exclamó entre pájaros y penas - Mírate, no eres festivo como ellos, tu euforia se encuentra lejana de ellos; terminarás suicidando a la naturaleza con tus propias presiones.
Deja de pensar en lo que vendrá, pues todos estamos destinados a la agonía...
Me tenté a responderle, mas no tenía fuerzas sino para padecer la vida pendiendo de mi espal



Claustrofobia en medio de la montaña
Sentí el encierro, la magia de la naturaleza provocándome inquietudes; recién había tocado tierra ajena, que ya estaba pensando en tu alma desnuda. Sonaba en mis oídos sordos, Cada luz, composición necesaria que hablaba de mi sentir refiriéndose a vos.
Pero ¿ qué estaba moviéndose, tan intensamente, dentro de mí?.
Te imaginaba; podría haberlo hecho durante toda la estadía, y así lo hice. Necesitaba sentirme bien, ya había probado con la fiebre en altas dosis, pero con magros resultados.
Tal vez necesitaba retomar nuestras charlas profundas; aunque en este sitio tan inhóspito, no existían los cafés.
Pese a encontrarme reflexivo, la distancia me llevó a tu posada nuevamente; encandilábanme los oscuros rayos solares, resultaba extraño pero sencillamente abarcativo.
Al llegar la puesta del sol, empezaron a invadirme los momentos junto a vos; no sabés que bien me hizo saber que, de veras, existías, fue como comprender definitivamente que no era ordinario lo que me enlazaba a tu mente.
Y surgieron las risas, el encanto de tu semblante permanente brindándome tranquilidad y ternura infinita.
La soledad ya no fue tal, pues estabas en cada segundo que me largaba a imaginar.
Tu mirada era una imagen sepiada en mi corazón, a cada paso que daba, te hallaba oculta en todos los mundos que constituían a ambos.
De pronto tuve que internarme muerte adentro; sabía que algo estaba al caer, como si los estigmas se reflejaran a lo largo de la galaxia.
Nadie a quien acudir; Era una sensación estéril, vana; la pugna del ser con su propio ser. A veces lejano, otras sumamente vulnerable, abatido y vanagloriado de ensueños.
Caído en desgracia; por fortuna todo era ilusorio, formal, emérito.
Luego el silencio; todo iría en ascenso. Ya respiraba otro aire... la ultima bocanada me dijo que esto era real.



Lo escabroso del infinito
De vuelta en casa y sin proyectos; la salud se renovaba con el transcurrir de la primavera naciente, el ruiseñor en todo su esplendor.
El recuerdo de tus pronunciaciones era más que recurrente; se me aparecía tu dulce tristeza, como una cuestión coyuntural, te tomé la mano en miles de ocasiones, quizás no lo advertiste... y nunca te abandoné.
Algo se despertó nuevamente, la percepción de tu suavidad en manos del sol, no me atreví a dormir otra vez, deseaba que mis sueños se hicieran claros.
Detrás de aquel dolor de mundo, se ocultaba mi vida junto a vos... y que bien se sentía mi ser, cuanta inmensidad guiándonos, el sueño de una noche de verano que Shakespeare, jamas logró, sino escribir.
Y el temor, lentamente, fue haciéndose aventura en lo alto de una montaña; la sal de los mares, lloviendo de las entrañas, poca pena, abundante gloria... la sed de mi corazón a merced de tus latidos.
Te eché de menos todo este tiempo, sólo nosotros sabemos cuanto hubo de verdad.
Y la noche fue una compañía abstemia de piedad, nos enfrentamos a la lejanía con vitalidad, los lamentos volando por latitudes ajenas, la transformación permanente, el umbral de tu ser, poseído del viento.
En tu cama y en tus memorias, alicientes, renace la tentación de existir a través tuyo.
Wintertime winds blow cold this season, fallin in love, I´m hopin to be.
Winter so cold, is that the reason, keeping your warm, and your hands touching me.
Come whit me dance my dear, winter so cold this year. You´re so warm, my wintertime love to be.
Fragmentos de ciertas canciones que me atravesaron, bajo deseo de trascender mi falta de vos. Entre peculiares sensaciones, un vuelo, el silencio en mi mórbida contemplación.
Oyes la canción también, te gusta, quisieras revivirla, pero nada te detiene y todo te condiciona.
Please believe me, the river told me. You told me. Oh, yes, you told me... you told me, i love you anymore. She comes in colors everywhere, she combs her hair. She´s like a rainbow. Combing colors in the air. Oh, everywhere. She comes in colors.
Ah canciones... ya dejen de invadirnos el espacio.


La vuelta al quattrocento
Pasaron muchos diluvios. De repente, la sangre dejó de helarnos, suerte de fábula y flechazo al aire.
Aparecíamos como dos entidades absolutamente diferentes, que mostraban indiferencia ante la presencia del otro. Solo existía un lugar en nuestra vida real, el cuerpo entero de cada uno, y así lo creíamos, resultaba próspero para ambos y cada cual.
En cruz y sin cavilación previa; así fue el reencuentro. La historia era ya, una retrospectiva, un deseo de volvernos a enfadar por estar distantes, una lluvia de oriones en busca de la panacea universal.
El renacimiento, la época de la belle epoque, el suburbio alimentándonos de momentos anteriores al presente inquietante y taciturno.
Y nos sangramos en demasía, fue el preciso instante en que pudimos ver nuestro interior, donde las vestiduras tomaban forma superflua, y el viento nos abrigaba con su dulce resoplar.
Me inventaste nuevamente. Yo, sin embargo, no notaba mi ausencia terrenal, aunque era cierta y notoria. Podía estar vagando por alguna rue, que nada entendería, pues solamente era un centenar de nada, atravesando su propio desconcierto.
Fueron incontables las veces que lo hiciste, pero nunca fui agradecido.
Mi egoísmo se había apoderado de mí; ¿Y como hacerte un daño, si era feliz, sólo con tu respiración?.
Luego llegó la hora de los reproches.
No puedo verla partir, de la misma forma que la veo llegar. Me conmueve, me desespera saber que está llegando.
Todo se vuelve frenesí, todo concluye en ella.
Si se marcha, mi vida cambiará; pero si regresa, ¿ cómo evitar que mi ser se deshaga ante su infinidad?.
Me enfermo de su patología, me imagino llorando su llanto. ¿ Es que nunca se esfumará de la esfera de mis anhelos?.
No más reproches; dejemos el alma en paz... está por cambiar el mundo, y mi segundo debe ser eterno. No me cuestiono que se haya ido, sólo que esté en mi vida sin estarlo.


Tiempo de enmendar y enmendarse
Todo lo que tocamos se transforma, como la luz hace con la oscuridad; es esa luz que hay a tu alrededor, la que inmola sombras por todos los frentes, deshace la monotonía, desprende ráfagas de tentempiés que me embisten, me movilizan... y nos movilizan, pues somos dos, nos conjugamos en uno y enfrentamos el porvenir con dulzura, armando una fortaleza que nos inhibe de los dolores de alma.
Y trastocamos las latitudes, es esto un amor desvelador, nos acerca a la noche, nos remite a la vida.
La moneda en el tiempo, llamando a la paz.
Lo queríamos de esta forma, no había otra; nacemos y morimos, casi nunca vivimos. Pero sólo hay un mundo y es este, el nuestro; la dicha dibujando figuras en el horizonte.
Hojas de alcaucil... no tienes más remedio que actuar, entre heladas hojas de alcaucil...
No hay porvenir sin vos, por venir...
El recuerdo de la noche anterior, concluyendo con Francisco Bochatón. La música no nos abandona, se detiene para vernos y contarnos: que los colores están presentes.
Te miré a los ojos, me devolviste la gentileza... todo se empezó a sentir turbulento, era la ansiedad de sentirnos historia naciente.
Y nos fundimos en los brazos del sol oculto en algún óleo de Van Gogh. Cantatas de puentes amarillos nos montaban la escena, al ritmo del canto de un poeta pictórico y grácil; el instante de curarnos... sólo con resucitarnos era posible.
Memorias de una mañana en la mesa de la infinidad, café, contemplaciones... a los ojos todo es más sincero. ¿Y qué nos conduce hacia el otro sino es la sinceridad?.
Ya nos clavaba una estaca el alba grisácea; no podría dormir con facilidad, era muy reciente el recuerdo de tu llegada, no me lo hubiera perdido por nada, lo necesitaba, deseaba verte llegar; acto principal de tus manos acariciándome la respiración.
Y nos deslizamos a recorrer la distancia hasta el autobús que te arrancaría de mis manos, sólo físicamente.
Ya estabas arribando hacia tu morada; nunca morirá ese instante... ya es otra la brisa omnipresente.


Nacer de una mente iluminada
Entre las múltiples fantasías que deseaba realizar, siempre estuvo presente sentirme en algún rincón inhóspito del mundo. Sin embargo, me quedé en la región poniente, donde las penas y el sol reposan antes de morir.
Previo a la agonía, la tormenta en mi pared, un maremoto de ideas concluyentes en tu vientre. La ciudad en ruinas; asperezas en el ala norte de mi norte, no podía entender lo que estaba sucediendo, tal vez era más de lo que imaginaba.
Bajo pena de castigo inminente; la burla de los decadentes.
Estuve haciendo tiempo en las montañas aladas del Himalaya, sentía el frescor de la lluvia lavándome las carencias; poco podrían herirme las palabras de seres vacíos. Mi escenario espiritual se supeditaba a la vastedad de vivir por morir naciendo de una mente iluminada.
Nada de esto me detendría, te había buscado por doquier, octubre de un año que me vio ante la cascada de tus ojos.
Estábamos tan seguros de encontrarnos, que esperamos menos de un segundo para la resurrección. Oda a la más certera historia de las contradicciones; está aquí y ahora, pero no quiero esperar hasta mañana.
Puertas que evitaremos, muy pronto el cielo será un verdor universalmente abarcativo; melancolía y extensión etérea... razón de existir a través de tu mirada irresistible.
Más que una narración, esto quizás se haya transformado, lenta y paulatinamente, en un monólogo visceral, ya no tengo demasiado para decir, pues me ha sorprendido el alba.
Sólo siento... no me hablen de mañana.


Un mundo, de mil mundos, respira entre mis mundos
Y desperté sin cegueras, ya no quedaba más que la inminente bifurcación de la vida y mi vida misma.
Enhorabuena salí a despejar mis alas en los nacientes rayos de luz, campanillas tintineaban en derredor mío y tuyo; Extraña apoteosis microespiritual, como si el sueño se irisara en cuentos de Faulkner.
Las calles símiles a tu semblante, todo giraba con armonía y dulzor, los lagos en tus manos adornando cascadas de flores resplandecientes; la dicha abarcando los cielos infernales de la quietud fantasmagórica.
Nos hicimos dueños y duelos del azur trillado por daños elocuentes; el mundo de los mil mundos tomando nuestra forma y el estelar viento de la constelación mundana, apremiando la estación poseída por el astro rey.
La vista en el lodo se olvidó del humus, saliendo a viajar por las glorias de un universo que contemplaba un beso fundente y magnánimo.
Teníamos tiempo para nosotros, para las irregulares efemérides que acompañaban la laxitud de nuestros abrazos.
Cada frase que pronunciábamos, se sesgaba de placer, de ternura; una angustia en trance esperando ver el crepúsculo... la magia de los mundos cautivos de nosotros.
Atemporal. Ya nadie va a oírlos suspirar, su aire, el que respiran, tiende al infinito; vestigios muchos, afluentes de cerrazón inmaterial, otoños como parte del olvido.
Nuestros hijos en la dulce espera de la germinación.
La gente se hace riacho, y fecunda la vastedad del ocaso con loas y llantos suficientes.
Podríamos morir de nubosidad, es probable que nada vaya a ocurrir, pero la llave abre puertas y los mundos son inmensos; crónicas de dos entes que salen a “primaverear” por los espacios oscuros, buscando una lluvia donde acolchonar su romance.
De repente sale la noche y se asoma al balcón... nosotros bailando de frescura en su brisa ecléctica.


Puedo ser, rena-ser y volver a ser lo que seré
Una vuelta en carrusel era lo más cálido, que la desesperación podía ofrecer; montones de nada albergaban centellas de cenizas que dejaron las bravuconadas, histéricas, del sol.
Salud a todos, el día anterior nadie quedaba en pie, parecía que la noche había arrasado con sus ciclotimias, y era de esperarse un regreso sin pena ni gloria.
Despertamos dormidos; parecía que todo iría tomando sabor al fin, nos perdimos en los cantos diurnos de la naturaleza- llamados sin respuesta, en la miseria de un columpio mortífero y superfluo- para supervivir al anverso de la muerte.
Calló su humedad en mi beso desenfrenado, parecíamos una gran tormenta en proceso de colapsar el orbe.
Muy cerca del horizonte, el clamor de anónimos pregonaba un jubileo irrelevante, pues ya había proliferado la peste, y era momento de enfrentar la gran ola.
Mientras tanto, seguimos saciando deseos, nuestro lenguaje no era ordinario, era elemental y sincero; tan solo queríamos soslayar la inmensidad de un planeta que nos llenaba de tedio.
Y atravesamos la Venecia, celeste, que el firmamento representaba en imágenes oceánicas; disfrutábamos la sensación de sentirnos flotantes y eternos, no sabíamos que la eternidad puede ser efímera.
Entre vuelos flagrantes y cautiverios físicos, la naturaleza nos resucitó y pudimos volver a vernos como íbamos a ser más adelante.
Fotografías recortadas de un álbum misterioso; elucubración del Señor en busca de dos pájaros que desobedecían a su reinado.
Nos alejamos de la mentira para sentirnos reales, nada más contemplativo y eficaz que las miradas de ambos enfrentándose, sangrándose por ver mas allá de la esencia; conocimiento “hiperreal” de la vida en carne y hueso.
No suponíamos que fuese a darse así, pero era un segundo en que la transformación nos situaría en lo más tangible de la existencia: la muerte definitiva de la propia muerte.


Valses y amoríos(cuando la bifurcación se vuelve única)
Cierro los ojos y mi soneto espiritual se apodera de lo abstracto, como Whitman lo hacia de su prosa. Mañanas penetrantes en algún valle pagano.
Las cuestiones de la reunificación de los dos, desfilando en un tríptico espontáneo y sagaz.
El nacimiento de un nadie que será ninguneado por todos, la sangre derramada al emprender la ruta definitiva y el final, con telón incluido, para aquellos vencedores que se mataron por vencer, sin saber que la muerte los arrastrará hacia el precipicio.
Nunca formamos parte de ello, y me encuentro con ganas de avasallar la muerte con la unicidad como bandera.
Dejo la impronta en el fondo del mar; capturo emociones y temores de los diamantes que no desean ser objeto de los ciegos.
Mi sombra iluminando las colinas vírgenes de sol; sólo con escrúpulos obtendrás el todo.
Un buen día inventaremos el camino de retorno, es que debemos regresar a algún lugar que nos asile; nuestros pasos como litúrgicas y misteriosas hojas, la cadencia de unos seres admirando la danza de la estratificación, del delito por amor, la gloria de no ser instintos deambulando por el aire.
Cuando culminó el viaje hacia todos los universos, llegó la hora de la misantropía; aquejándonos de todo y devorando salubridades.
Pero proseguimos el acto mágico de la reencarnación y la maravillosa oleada de estrellas que descubrimos un amanecer de verano, cuando la nieve caía sobre la ciudad.
El ocio curtiéndonos la existencia en forma intrínseca, la nostalgia de volvernos viento, ahogada de oxigeno; una atmósfera en la Vía Láctea nos bastaba para sonreír. Y era todo lo que teníamos, una fortuna malversada por aquellos que robaron nuestras ilusiones, con el objetivo de enterrarnos en la lluvia.
Nueva Delhi. El sitio donde nadie sabe donde, pero donde pocos saben cuando; el Ganges en tus ojos... alimento para mi corazón.


Como golondrinas
La vuelta a la casa de todos. Una aventura bonita al fin y al cabo; calamidades y circos campestres, las arboledas de un bosque talado.
Improvisaciones que almibaraban las horas; temblores, reciclajes de las vacilaciones que llevamos a cabo en algún tiempo pretérito.
Los momentos que al caer la noche molestan y reprimen las hordas de lo vivido.
Cuando las fuentes dejan de brindar aguas claras, la tempestad hace el resto; no permaneceremos estáticos, será nuestra migración tan implacable como una aluvión de colores que acabará por expandir nuestro fruto por toda la faz de la nave mundana.
A veces tiempo, ayer criaturas del arte, quizás, en otro momento, fugaces cosmovisiones supraindividuales... la nave comienza a arder.
Y tú, madera que constituye al árbol que me permite descansar bajo su sombra... vagando a través del éter.
Me llenaste la muerte de un tiempo que me conmueve, y concluye en tu abrazo volátil y enérgico.
No perdimos nada, amor mío; tenemos un cielo aguardando por nosotros.
Larguémonos a deslizarnos por su infinidad... mañana es ahora, y ya no puedo esperar.
Tendría que construirte un paraje donde reposen tus alitas, pero no tengo más que mis manos para abrazarte y mis días para soñarte.
No exagero, tampoco te prometo demasiado, pues soy tan frágil como toda esa masa de ternura que te compone.
Habrá vida cruel, vida finita, sinrazones múltiples; pero jamas distancia.
Hace unas cuantas resurrecciones que deseo encontrarte en mis sedientas ilusiones, atravesando mis fronteras y marcando tu nombre en mi corteza.
Sé que estuve lejos por un tiempo, pero sólo viajaba; ya estoy en casa, ya somos la misma mirada... el adiós ha perecido.
Nacimiento de un nosotros.


Presente de un ayer
Y comienzo con una prosa por falta de ti, me llevo tu imagen a dormir.
Prefiero creer que es un sueño, a seguir creyéndome lo que tanto he perdido por no haberte buscado antes.
No puedo darte amarguras. En este instante no caben en mi devenir; han caducado, se rindieron a nuestros pies...
Estoy tan demostrativo, que no puedo demostrar lo que siento.
Pero sabes que lo siento.
Estamos llegando al horizonte; esto no significa que sea el fin, pues es justamente en el horizonte, donde siempre quise comenzar a trazar mi camino contigo.
Y pensar que hace unas vidas atrás, no esperaba comenzar a imaginarte a cada suspiro que emito.
El romance provoca azar, incertidumbre, recelo; nosotros no sabemos de romances, solo somos un vuelo conjugado para errar por algún segundo que anhelábamos en cada conversación. Y tal vez no lo adviertas, pero sin darme cuenta te estoy hablando en presente, será por no poder hacerlo cuando tu ser, hecho arte abstracto, me deja trémulo y sin poder pronunciar más que una palabra muda.
Quisiera decirte mucho; sólo te abrazo y te respiro.
Y pensar que hay tantos idilios que yacen al gestarse...
Perdí mi calle en tu ciudad. Los desfiles de sonrisas que se transmutan con cada beso, me dejan dormir sosegado.
Dibujo tu rostro y tus manos, donde confluyen tus labios y mi deseo de trascenderlos con la humedad del beso tibio.
Si un segundo me quedara, sólo quisiera mirarte, morir contemplándote para renacer con la felicidad de saber que tomaste mi mano y anduvimos en la tierra de los amantes apasionados.
Me llevo un segundo contigo... ya me depositaste en el cielo.
Es mi ultima confesión, antes de subir la escalera hacia lo eterno.

1 comentario:

bárbara dijo...

basta! no soy tan genial en ningun aspecto..

me gusta mucho tu nombre,le tengo un cariño al nombre santiago.. casi siempre son personas geniales.

Vi las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, hambrientas histéricas desnudas,arrastrándose por las calles de los negros al amanecer en busca de un colérico pinchazo...

ALLEN GINSBERG "AULLIDO"