
Una desilusion que se encontraba inmanente a mi destino.
Al correr la cortina, en mi ventana, ya no percibí luz.
Fatalidades que herrumbraban mi amanecer, hasta dejarlo en caída libre; milagros que fueron acumulándose en suplicios, que nunca se concretarían.
Me había cansado de horrorizarme, trepaba el intersticio de la plenitud sin gracia; mi secuencia fue paliza para mi desolado corazón.
Iría donde mi laxitud decidiera, no abdicaría a mi reino imaginario, pues las ruinas de un amorfo e innato ser, jamás podrían echarlo al azar; me habían dolido las pupilas durante siglos, como para donar mi riqueza.
Era el momento de comprender, que nada sería igual, que pronta era la llegada de la soledad como compañía; el desaparecer frente a mi propia suerte, soslayar la sed de venganza, la quietud de mi menguado terror.
Antes hombre, ahora parte del cielo... mis lagrimas serán tu caudal.
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